Revista Educare
UPEL-IPB
Barquisimeto, Edo. Lara - Venezuela
Vol. 24 N° 2
Mayo - Agosto 2020
Esta investigación tiene como propósito resignificar comprensivamente las relaciones entre filosofía y epistemología en el ámbito constructivo del conocimiento, su valor científico y social, los nuevos entendimientos paradigmáticos, la postura que asume el investigador ante las complejas realidades emergentes, la epistemología social. Es una investigación documental basada en el análisis crítico de los teóricos desde la reflexión hermenéutica y vivencias de la autora, esta triangulación permitió acercarse a nuevos referentes que convoquen otras posturas, estilos de pensamiento, en una construcción de sentido sobre el proceder indagativo al acercarse a la realidad fenoménica, para generar un saber social reordenador. Reflexiono, que el acto de conocer es un proceso volitivo, emocional, sinérgico, constructivo, movilizador de las estructuras de pensamiento al generar alternativas maneras de pensar la ciencia, la realidad y la epistemología que legitima el conocimiento construido; el mundo cambiará y el sujeto debe prepararse para conocer desde las nuevas realidades post pandémicas.
Descriptores: filosofía, epistemología, generación del conocimiento
The purpose of this research is to comprehensively resignify the relationships between philosophy and epistemology in the constructive field of knowledge, its scientific and social value, the new paradigmatic understandings, the position that the researcher assumes before the complex emerging realities, the social epistemology. It is a documentary investigation based on the critical analysis of the theorists from the hermeneutic reflection and experiences of the author, this triangulation allowed to approach new references that summon other positions, styles of thought, in a construction of meaning on the investigative procedure when approaching phenomenal reality, to generate a reordering social knowledge. I reflect that the act of knowing is a volitional, emotional, synergistic, constructive process, mobilizing the structures of thought by generating alternative ways of thinking science, reality and epistemology that legitimizes constructed knowledge; the world will change and the subject must prepare to know from the new post-pandemic realities.
Keywords: philosophical, epistemology, generation of knowledge
A fin de direccionar esta investigación, trazo una ruta desde la interrogante ¿Cuál es la significatividad relacional de la filosofía y la epistemología en la investigación? En atención al sentido que puede atribuírseles desde el ser del investigador, mediante una postura reflexiva acerca de la virtud que como pensador está disponible para el sujeto humano. Sobre esta singularidad racional, sensible, que deviene de su existencialidad, puede formular preguntas acerca de su mundo, especialmente la esfera que le preocupa satisfacer, a partir de un expectativo deseo generado por su estar en él, ese anhelo por develar cómo se despliega ese mundo en conjunción con lo que sobre ello piensa.
Luego, no solo se inquieta por motivos trascendentes como su finitud, el sentido de la existencia, también aquellas parcelas de la realidad que le interesa problematizar para conocer los procesos constitutivos que la acompañan, a fin de explicarla, comprenderla o transformarla, en un encontrarse con la ciencia y su necesidad legitimadora de la verdad; pero, al pensarla requiere formularse las preguntas adecuadas a su momento histórico, porque si lo hace desde corpus teóricos exclusivamente y no desde su historicidad, el sentido que ha desarrollado podría encontrarse en un ámbito de significaciones ajenas a su cometido, por lo que al interrogar la realidad su conciencia histórica debe acompañarlo, así como ese sentido vivenciado en ella.
Connoto, que en el desarrollo indagativo ocurre un encuentro entre el sentido problematizador de la realidad que desarrolla el sujeto y las inquietudes que se le presentan al pensarla; sobre lo cual, Piccardo (2006) indica que elaborar preguntas es infinitamente más significativo que generar respuestas, cuando se agotan las preguntas el ser podría habitar la esfera del no ser; por lo tanto, la existencialidad del sujeto investigador transcurre en atención a la búsqueda de la verdad, la cual se construye, es referencial, constituye una intención humana que conlleva un sentido ético discursivo. Según Araya (2003) “Es verdadero aquel discurso que sirve para vivir mejor, con más libertad, disminuye el sufrimiento y aumenta la felicidad” (p. 10), por ello, el filósofo está sujeto a buscar la verdad, desde un inquietarse reflexivo y creativo, no como empresa dogmática o acabada, sino para trascender con una admiración sorpresiva ante la vida, búsqueda incesante, sin finitud, un indagar que nace de la libertad y expresión del pensar.
Es así como, en los procesos investigativos la filosofía y la ciencia comparten el ámbito del pensar, de acuerdo a Hessen (1926) ambas descansan en la facultad del pensamiento, solo que se distinguen por su objeto, la primera se refiere a la totalidad y la segunda atiende parcelas de la realidad. En el ámbito de la filosofía, se plantea una atención especial hacia la ciencia y entre las disciplinas filosóficas fundamentales se destaca la teoría del conocimiento, que estudia tradicionalmente aspectos vitales acerca de la verdad de este y su referencia crítica de nuestro pensamiento con el objeto/fenómeno de estudio.
Estas consideraciones, remiten a reflexionar, desde posturas emergentes, sobre el entramado epistemológico acerca del conocimiento, la verdad que valoramos encontrar en las elaboraciones científicas en el ámbito de una ciencia, si las teorías al interior de ella responden a ese estatuto, lo cual destaco requiere resignificarse en la pedagogía, cuyo objeto de estudio tan abordado por otras ciencias le resulta mezquino cuando se enfoca en estudiarlo, pues ya ha sido sustantivado direccionándola a lo predicativo, conformando, según plantea Bachelard (1971), un obstáculo epistemológico a su desarrollo.
Es una investigación tipificada de naturaleza documental, basada en el análisis crítico de los teóricos, la reflexión hermenéutica sobre la bibliografía consultada y las experiencias vivenciales de la autora como estudiosa del tema y docente del curso Epistemología en los Doctorados de diversas universidades de la región, en un afán disquisitivo que permite acercarse a nuevos referentes sobre la manera de construir el conocimiento, su significación científica y social en un mundo que se ha plegado a la simplificación reductiva cientificista del hacer investigativo, dejando de lado la multiplicidad de la realidad social, su multireferencialidad, el sentido inacabado, caótico, que presenta, así como la resignificación ética que solicita, en momentos desafiantes y disruptivos que pregonan otras miradas sobre las cosmovisiones hegemónicas y la manera como valoramos este andar mundano de dimensiones pandémicas, para acceder a ella en toda su multidimensionalidad.
De acuerdo con Balza (2013), los grandes pensadores del siglo XX han luchado por la obtención de la verdad hermenéutica y asumen una postura homogénea sobre el asunto de la verdad y el ser. Este autor, la comprende “definida como fruto de una interpretación, en tanto el ser como mundo y hombre, donde el lenguaje constituye la relación más primaria entre ser y hombre” (p. 69), esta postura sobre la hermenéutica como método de construcción teórica, planteado por el autor, discurre en cuanto a que la esencia de toda reflexión de naturaleza interpretativa es recrear un tejido discursivo trascendente para comprender la realidad. En el transcurrir humano, en su contexto de acción y las múltiples determinaciones que conlleva, el autor citado plantea que la hermenéusis converge con un diálogo de sujetos, tiempos y circunstancias, en lo que considero un encuentro dialógico de naturaleza comunicativa donde la ontología del lenguaje da cuenta de otros entendimientos emergentes de las significaciones de mundo, historia y realidad que construyen los sujetos en interacción social.
Al referirse a la epistemología y las consecuentes interrogantes relativas a ¿Qué es el conocimiento? ¿Cómo el sujeto conoce? y ¿Cuál es la naturaleza del conocimiento? entre otras, necesariamente se debe aludir un paso previo que deviene del ámbito de la filosofía, en el entendido que desde ella el sujeto se ocupa de cuestionar, pensar, desentrañar lo oculto; por lo tanto, la razón epistemológica en toda construcción científica se genera desde una concepción de naturaleza filosófica, tal como la noción ontológica, es decir, no se puede concebir el conocer en un mundo donde aún no se ha proclamado una postura acerca de la significación formulada sobre la naturaleza de la realidad, el ser, ni enunciado u objetivado las inquietudes que la razón filosófica plantea al individuo en un direccionamiento cuestionador de esa realidad.
Estas dos nociones filosóficas, ontológica y epistemológica, configuran el génesis del ámbito para la generación del conocimiento, de acuerdo a un proceder metodológico encadenado con estas dos posturas o dimensiones, obsoletamente denominadas planos. Luego, el conocer, sus razones, supuestos y orígenes va en íntima vinculación con el filosofar, porque el filósofo hace un ejercicio denominado pensamiento desde el cual reflexiona y cuestiona la naturaleza sacralizada o estática de la realidad, para devenir en un ámbito de ella que atiende la ciencia, pues esta no tiene visos de totalidad, así configurar una esfera disquisitiva sobre la misma.
En tal sentido, la epistemología es una disciplina fundamentalmente intrínseca a la filosofía, siendo estimada de considerable valor entre los filósofos como fundante al estudiar el conocimiento, su verdad, la cual es tan antigua como la filosofía misma, aunque su estudio, significación y valor en la investigación científica se plantea con mayor rigor entre los siglos XIX y XX. Desde ella, podemos distinguir entre el saber científico y la doxa u opiniones cotidianas, entrever cómo es posible el conocimiento, cómo estar seguros que sabemos algo y los métodos para adquirir conocimiento. De acuerdo a García y Vásquez (2013), la epistemología tiene varias tareas por resolver y cita tres de ellas, lo cual es un reducto cuestionable, pero bastante aproximado a lo que deseo subrayar.
Estas tres tareas (hay asuntos epistemológicos fuera de estos marcos como el del valor) se refieren al análisis de las nociones epistemológicas fundamentales, el problema del escepticismo y lo relativo a la naturaleza procedural que lleva al conocimiento. En la primera, los autores coinciden en denominarla tarea analítica, al ofrecer estudios sobre conceptos tales como conocimiento, justificación, verdad y creencia, entre otros, que desde esta visión centran la epistemología como disciplina filosófica fundada en el análisis conceptual, recogiendo las intuiciones preanalíticas que preceden a conceptos específicos. Estimo colocar un ejemplo sobre ello, propuesto por los autores citados; para definir si una creencia está justificada el filósofo analiza qué creencias de sentido común se implican en este concepto, si se han ofrecido razones a favor de ello; luego, justificar queda definido como el ofrecimiento de razones, lo cual ha centrado el trabajo epistemológico de bien entrado el siglo XX.
La segunda tarea, responde a la cuestión del escepticismo. Desde el sentir escéptico se niega la existencia del conocimiento en grandes o en específicos ámbitos, que imbrica la esfera epistemológica con la naturaleza filosófica del pensar, reconociendo la trascendencia del vínculo entre ellas. Al tener una duda generalizada sobre el conocimiento y su posibilidad, el escéptico duda que el individuo logre satisfacer los condicionantes de la idea de justificación; en torno a ello, acuerdo con García y Vásquez (2013) “si el sujeto no satisface esta condición y la noción de conocimiento implica justificación, entonces el sujeto tampoco logrará el conocimiento” (p. 8), al enfocarse la duda en campos particulares del conocimiento puede dirigirse a zonas que provienen de áreas específicas como los sentidos, por lo que no considera otras fuentes de este; aunque los filósofos generalmente argumentan el escepticismo, los epistemólogos han tratado de resolver esta situación para rechazarlo.
La tercera tarea, se circunscribe a escudriñar los aspectos procedurales por los cuales se adquiere el conocimiento, puede referirse a creencias que generalmente se obtienen a través de los sentidos, cuando se genera esta postura epistemológica de orden clásica, en apoyo al empirismo, en cuya filosofía subyace esta premisa, se comprende que en los sentidos se da origen y justifica el conocimiento; pero, en contrapartida, se presentan filósofos que pregonan un origen del conocimiento en la facultad de razonar y no en la experiencia sensorial, son los racionalistas.
Este debate filosófico ha dado motivos de estudio a los epistemólogos, genera discernimientos para decidir qué es conocimiento y qué no es, enarbolando un juicio importante de la epistemología para ofrecer criterios que distingan el conocimiento de la doxa o simple opinión. En general, las tareas mencionadas están interrelacionadas y no son excluyentes. Por ejemplo, al retomar la postura escéptica se parte de una noción de conocimiento; por lo tanto, los filósofos al interesarse por la epistemología no deben centrarse solo en una de ellas.
Es necesario aclarar que en el giro o desarrollo de la epistemología se puede considerar que hay aspectos que estas tareas dejan de lado, sobre todo al referir el problema del valor, es decir, por qué el conocimiento es importante, su significado social, como tejido de sentido intersubjetivo, lo cual es poco considerado en las tres tareas mencionadas, por qué deberíamos orientarnos por el conocimiento y no por una creencia no justificada, en relación a lo que argumenta Platón en el Menon (trad. 2008), sobre la diferencia entre llegar a Larissa porque se conoce el camino y llegar por casualidad.
Al respecto, cabe preguntarse qué diferencia el trabajo filosófico cuando se centra en el conocimiento, de otros estudios que parten de ciencias específicas; por ejemplo, las ciencias cognitivas tratan generalmente cómo las personas forman creencias acerca del mundo, razonan, perciben la realidad, lo cual no es específicamente trabajo de la epistemología, según la distinción kantiana en el ámbito filosófico, o cómo desde la sociología se forman creencias desde el ámbito cultural. A los filósofos poco les interesa cómo se forman las creencias, se enfocan preferiblemente en cómo el sujeto valida el conocimiento, su verdad. Según García y Vasquez (2013) la epistemología se encarga de averiguar cómo este es posible y adquiere legitimidad.
Actualmente, se presentan tradiciones o tendencias epistemológicas como la epistemología social, la cual estimo de interés analizar brevemente, al replantear y hasta intentar solucionar problemas epistemológicos tradicionales. En una época que casi destrona la epistemología, haciendo prevalecer la ciencia como razón y validación de todo conocimiento y verdad, en lo que conlleva una desatención a la filosofía y su razón pensante reflexiva, se generó una enajenación del sujeto de sí y del otro, una materialización concurrente de miradas aisladas del sentir colectivo y del verdadero lugar existencial humano, la filosofía y la epistemología retornan en la contemporaneidad con un sentido social de significaciones nostrales y de la verdad legitimada en la existencialidad con otros, según Heidegger (2000) en ese estar ahí configurando una razón de mundo en el Dasein, en el estar con otros generando sentidos del ser y su mundo cotidiano.
Es de hacer notar, que las nociones ontológicas y epistemológicas conllevan una significatividad esencial en el acto constitutivo del conocimiento, en el entendido que cuando el investigador se aproxima al objeto/fenómeno de estudio, lo hace desde una inquietud resolutiva por conocerlo, a fin de explicarlo, comprenderlo o transformarlo; este acercamiento, conlleva detenerse a pensar en varios factores que lo conducirán a posesionarse de una postura ante el conocimiento que está por construir, requiere fundar una cosmovisión, objetivarla, porque al iniciar una indagación se requiere reflexionar, hacer el ejercicio de conocerse y conocer el mundo, para pensarlo y repensarlo desde otras modalidades, quizás menos acostumbradas, sobre todo para el investigador iniciado, porque no se conoce desde una esfera ingenua, en este acto se convoca estar preparados para tal empresa desde la comprensión de la naturaleza de la realidad a estudiar y lo por conocer.
Luego, al pensar un estudio de naturaleza indagativa, incitarnos volitivamente a su ejecución y darle inicio, es menester preguntarse por esa porción de realidad, esa ciencia donde pretendemos insertar colaborativamente la producción, su naturaleza, es decir, si se estará inmerso en ciencias duras o blandas, como a veces se les denomina, en el campo de las ciencias naturales o sociales, porque el propio acercamiento epistémico a esa ciencia depende de su naturaleza y según Villegas (2009) de la integralidad del pensamiento con el que se dialogue con ella. Estas consideraciones, posibilitan adentrarse en una discusión muy antigua sobre privilegiar ciertos caminos o rutas investigativas dependiendo de esta distinción, pero la flexibilidad, el sentido dialógico relacional, deben hacer parte de cada elección paradigmática, no se trata de un dogmatismo, así se haya resuelto el ejercicio postural en cuanto a ello.
En la condición de profesora universitaria, que me atañe, con un largo recorrido en el campo de la educación, el ser del docente continuamente invita a la totalidad de este movilizar el pensar en cuanto a las realidades educativas, desde posturas que ameriten compartir ciertas visiones de realidad, hombre, historia, entre otras, a partir de un ámbito netamente humano, con ello se comienza a realizar elecciones posturales en atención a la dirección o guía asumida en el acto constitutivo del conocimiento; así mismo, debe pensar y resignificar el estilo de pensamiento, para no encasillarse en cosmovisiones compartidas por una moda o una comunidad científica dominante, sino por una profunda reflexión del ser y la capacidad de conducirse por nuevos enrutamientos menos acostumbrados, pero quizás más propicios en el ámbito de la generación del conocimiento en educación, como sería, por ejemplo, la investigación cualitativa.
Pero no se puede declarar la adscripción a un enfoque, bien sea cuantitativo o cualitativo, solo con estos dos condicionantes, es menester realizar una inmersión en las nociones ontológicas que lo direccionan y su devenir epistemológico, que quizás sea algo que no haya sido objetivado, pero el ejercicio continuo debe proveer insumos para ese desocultamiento y pensar que el fenómeno en ciencias sociales se puede mostrar a sí mismo, como indican Husserl (2002) y Heidegger (2000), a fin de develar su esencia, dado quela realidad objetiva se ha desvanecido, con lo cual se presenta la realidad ajustada a los métodos de interrogación asumidos sobre ella, porque la naturaleza del fenómeno propone cómo tratarlo científicamente.
Desde estas consideraciones, es prudente y decisivo preguntarse por la postura ante las dimensiones del conocimiento, tradicionalmente denominados planos, pero esta denominación sustantiva estima un ámbito rígido y cerrado que evoca una concepción cartesiana. Inicialmente la esfera ontológica, que pregunta por la naturaleza de la realidad, el ser, la historia, es decir, cómo se conciben estos ámbitos de entendimiento humano en un devenir que convoque la naturaleza del fenómeno, la ciencia a partir de la cual se actúa y el particular estilo de pensamiento, lo que conlleva reconocerse en ese interesante y sorpresivo mundo investigativo desde el sentir de la ontología.
En general, al formular la inquietud sobre la naturaleza de la realidad viene a la mente si ella se considera dada, rígida, estable o es de índole social, emergente, multidimensional, construida por quienes participan de ella, desde un carácter subjetivo e intersubjetivo, como bien lo señala Schütz (1974). Se estima que la realidad social es sedimentación de comprensiones humanas acerca de ese pequeño o gran mundo que habita un grupo, allí crea significados y comparte simbolismos, historia, cultura, tradiciones, costumbres y cristaliza sueños. Sobre ello, Luckman (2008) indica que el sentido de la realidad social es compartido, no se genera desde un este aislado, sino que tiene ese carácter intersubjetivo que hace a las personas partícipes como constructores de ella.
Luego, el sujeto que habita esas realidades tiene un orden activo, no pasivo, porque en su cotidianidad genera significaciones que contribuyen a la emergencia y comprensión de la propia realidad. Ese ser convive con otros, no está aislado, comparte una historia y un ser ahí en el Dasein, extraño e interesante término que acuña y propone Heidegger (2000), es un ser en el mundo. Desde esta postura de carácter subjetivo, se emerge con una adscripción en la dimensión epistemológica que participa de manera comprensiva en la significatividad y sentido de la relación sujeto objeto (sujeto cognoscente o por conocer) de cercanía, de mutua imbricación, construida en el mundo de la vida, de naturaleza relacional, dialógica.
Es de destacar, que al investigar en educación considero el conocimiento como un acto de síntesis, de encuentro entre dos identidades que se transforman en el proceso del conocer; por ejemplo, no se separa la praxis educativa del sujeto que la genera, es su comprensión y significación de ella lo que se desea conocer, es un ser que siente y genera significados; en tal sentido, se estima prudente investigar en esta ciencia desde el enfoque cualitativo (aunque no se descartan otros acercamientos), bien sea guiados por la escuela interpretativista, su paradigma interpretativo y las filosofías fenomenológica, hermenéutica e interaccionista que la fundamentan como plantea Sandín (2003), para interpretar y comprender el fenómeno desde los referentes de quienes lo vivencian, o por la ideología de la escuela de Frankfurt, proponente del paradigma sociocrítico, fundado en la teoría crítica, cuyo fin es la emancipación para el cambio y la transformación, como maneras de acercarse a la realidad fenoménica y construir sobre ella.
En general, es de considerar el estatuto científico de la pedagogía y la investigación educativa, que conlleva desde su condición humanista estimarla no solo desde la fría construcción del conocimiento, sino como ejercicio reflexivo y práctico con cualidad de significar las realidades educativas desde su condición social y ética, estableciendo en este accionar elementos procedurales, métodos coherentes con el episteme que direcciona al investigador, una articulación ontológica y epistemológica desencadenante de un esquema metodológico consecuente con estas posturas como expresa Ugas (2010), de carácter emergente y negociado. La investigación educativa es un proceso humano que involucra al ser, su sentir, las vivencias cotidianas que recrea desde sí y con otros, un acontecer social pleno de inquietudes que un sujeto social desde sus potencialidades, utopías y fuerzas, según Zemelman (2005), realiza volitivamente en el acto de conocer.
Por otra parte, cuando el investigador construye conocimientos generalmente se formula las interrogantes ¿Para qué se conoce? ¿Sé reconocen los obstáculos al conocer? entre otras, en estas se estima inicialmente entrever el carácter de la ciencia desde la cual se actúa, su racionalidad, el epistemeque la inspira, la verdad que ella puede anidar, pues de su naturaleza, tal como la concebimos, se sujetarán los órdenes procedurales en la contribución teórica que se propone realizar al interior de ella, desde el significante disquisitivo del investigador.
Puede derivar que se conozca científicamente desde una razón filosófica que permite pensar reflexivamente en busca de una verdad; pero, qué atribulada misión es perseguir la verdad en un mundo tan complejo, con una dinámica histórica, cultural, social y hasta pandémica que deslocaliza al sujeto de su mundo, su espacio existencial cotidiano, vital, por efecto, a su vez, de la globalización, las tecnologías de comunicación e información, su efímera y aparente cercanía, los complejos tercermundistas y los propios obstáculos que se presentan, según Bachelard (1971), en el propio ámbito de la emergencia del conocimiento, en intimidad con él, lo que constituye un desafío al investigador y un estrés casi crónico al iniciado en estas labores, que lo pueden conducir a una perplejidad subyacente, pero que un sentir epistémico volitivo de indagación puede subsanar.
Destaco, que Bachelard (1971) se opone a la continuidad histórica del saber apoyada en la homogeneidad de las formas de conocimiento, tanto el común como el científico, lo cual configura el sentido histórico y epistemológico sobre la noción de ruptura, por lo que su epistemología es denominada histórica, al proponer según Lecourt (2007) “la tarea de extraer las implicaciones filosóficas del “no” que el nuevo espíritu científico dirigía contra la ciencia anterior” (p. 22), a fin de dar a la ciencia la filosofía que le corresponde, al considerar que el retraso de la filosofía con respecto a la ciencia contemporánea y sus avances rupturales, como la geometría no euclideana, la microfísica, entre otros, no hubiese sido tan desalentador de percatarse que repercutiría sobre el mismo trabajo científico, desde lo cual Bachelard (1971) procede a preguntar a los científicos sobre cuál es la filosofía de su práctica, pues advierte que generalmente no profesan la filosofía de su propia ciencia.
Acerca de ello, este autor construye el término obstáculo epistemológico, que funciona en sentido contrario al “no”, según Lecourt (2007) “rellena la ruptura entre conocimiento común y científico, y restablece la continuidad amenazante del conocimiento científico” (p. 26), surge en el acto constitutivo del conocimiento en forma de contrapensamiento y puede detenerlo en una fase posterior, poniendo en peligro la reorganización del pensar, lo cual es clave en su progreso, la ruptura aparece luego de una serie de errores desde un tejido que atenta contra su progreso.
Pero, comprender que la disposición de una caja de herramientas ante los retos emergentes, una sensibilidad perceptiva vital y la particularidad de poder avivar el sentido pasional por el fenómeno que se pretende desocultar en su cotidianidad, es como un día soleado en el devenir, lo que compromete revelar su contenido, a fin de conocer las propias fortalezas y debilidades, sobre todo develar la razón de ser investigativa, para qué conocer, cómo reconocer los obstáculos que se presentan en el acto único y personal del conocimiento. Quizás, la respuesta se encuentre en esa escasa costumbre de pensar, usar las potencialidades del ser, disponible para todos como regalo del creador, a fin de repensar nuevas realidades más dignas y edificantes del sujeto, cónsonas con un destino convivial solidario.
Es así como, en el ámbito recorrido como investigadores se generan continuamente diversas interrogantes, las cuales constantemente nos asedian, dada la naturaleza de esta entramada empresa; entre ellas, considero la inquietud primígea al reconocer que las construcciones generativas de conocimiento sobre un fenómeno retan a conocerlo íntimamente, desocultarlo, a fin que se muestre a sí mismo. Por ello, es imperativo preguntarse por la participación del sujeto cognoscente (algunos no concertan llamarlo así) en el conocimiento que construye, la cercanía de esa relación, que deja exhausto al sujeto en un proceso decisorio y volitivo sobre el pensar reflexivo acerca de las vivencias cotidianas que desarrolla en su esfera de acción, plena de significados compartidos, para su comprensión.
Es de considerar, que en ello la relación entre el sujeto que conoce y lo por conocer sea de imbricación mutua, cada uno deja de ser cada uno, para conformar un todo desde la integralidad auspiciante del ser, de ese ser que no está solo con su pensamiento, en una conciencia hilarante, cautiva y ególatra, sino que como ser ahí, convive con otros, comparte cultura e historia, al reconocer su yo nostral, según plantea López (2013) quien considera el ser humano de naturaleza metamoderna, fáctica.
En ese instante vital de comprensión del sentido existencial que permite el pensar y actuar indagativamente, se sujeta y emerge el conocedor, el investigador, atado a un episteme que lo direcciona y enruta a un transitar de naturaleza enriquecedoramente caótica, en el primor de reordenar el mundo de su vida y otorgarle sentido, desde una razón ontológica, epistemológica y metodológica que dimensiona su producción desde la particularidad de la cientificidad de ella y una reflexión filosófica innata, porque existe, se pregunta por la esencia de lo que es y la propia existencialidad en ese ser o no ser.
Al desarrollar un estudio comprensivo, aunque sea tímida e introductoriamente, sobre la metafísica, se hace insoslayable mencionar al filósofo griego Aristóteles, quien dedicó parte de sus escritos y pensamiento a ello. De acuerdo al pensar de este autor, todo hombre desea saber, requiere conocer su mundo y la naturaleza que lo constituye, qué lo cobija en su acontecer vivencial cotidiano; por ello, formula explicaciones desde diversas lógicas según la cultura, formación y el interés que en sí se anida. Este reflexiona sobre diversos fenómenos sobre los cuales realiza abstracciones lógicas, entre otros, formula una crítica al pensamiento de los filósofos griegos que le antecedieron, acerca de sus elementos perceptuales del mundo y la realidad, así como del ser que la habita.
Según Aristóteles, la metafísica se relaciona con el estudio de las causas y principios últimos, en términos de los orígenes de todas las cosas; por ejemplo, preguntar por las causas últimas del universo, así como interrogarse por el ente, en cuanto ente, y lo que le corresponde, es decir, algo que existe en cuanto existe, en cuanto es, desde un sentido ontológico. Este filósofo estudió la realidad como materialidad, la cual se diferencia en cuanto al punto de vista como se mira el objeto de estudio en tanto esencia viva, diferenciando, por ejemplo, del matemático que lo cuantifica sin atender su materialidad, la substancia, sino su cantidad. Luego, en un mayor grado de abstracción que da cuenta de la metafísica, puede considerarse que centra su interés en siempre y cuando exista, es decir, su existencia, no la cantidad, es un ente en tanto existe, es un estudio del ente en tanto existe y contiene al ser.
En tal sentido, la metafísica, en su interés por el ser y la existencia se comporta como una ontología, al dar respuesta a los estudios sobre el ente. Aristóteles, destaca que la idea principal de la metafísica se refiere a la interrogante sobre ¿Qué es el ente?, aunque no define la sustantividad del ente, su ser, sino su predicativo. Esta pregunta, se contrae en una eterna búsqueda que nos sumerge en un ámbito reflexivo perplejo, aclaratorio, al conducir a los hombres al cuestionamiento, pues una vida que no se examine a sí misma carece de densidad y connota una simplicidad. Aristóteles se sirve de este método cuestionador, dialéctico, y significa ese ir y venir del hombre cuando se formula interrogantes. Así, la conformación de la metafísica es dialéctica en el sentido socrático y aristotélico del término, como búsqueda que examina y pone a prueba, una metafísica acerca de lo no acabado del hombre y el mundo, que exige del sujeto una palabra y una acción creadora en torno a sí y a ese mundo.
En torno a ello, es significativo considerar la contraposición entre la metafísica de la substancia, relativa al yo, en Aristóteles, y la filosofía de la relación, como afirma López (2013), es decir, del yo como relación. En este filósofo, la realidad, el yo, es una substancia, algo que no necesita de otra cosa para existir; por lo tanto, cada yo es un mundo personal de naturaleza separada, desligado, sobre lo cual se dificulta y hasta transgrede la interacción, la igualdad, la dignidad, la fraternidad y con ello la solidaridad. Expresa este autor, que visto de esta manera el yo se convierte en un nudo de socialización, que conforma una relación superficial, caracterizada por un exiguo fundamento comprensivo y aplicativo para generar realidades psico-socio-culturales más comunitarias, que puramente societarias dispersas.
En el siglo XX, en consonancia con la filosofía de la física de la relatividad, de la relación, lo cuántico, pensadores como Levinas (citado por López , 2013), con la propuesta de la relevancia del otro y Derrida, (citado por López, 2013), en cuanto a que el sí del presente viviente es originariamente una huella, potencian la categoría relación, gramaticalidad y el sentido de una realidad respectiva, generan otra visión de lo real más interrelacionada, activa, para servir de base a otro mundo de potencial convivencia. A partir de ello, el yo emerge del ineludible encuentro, un yo nostral que se prefigura con el otro, lo cual no era contemplado en la metafísica primera, pero que ahora, en la contemporaneidad, los filósofos en arrendamiento de una misión que convoca las mejores condiciones de la existencia humana les corresponde ejercer, el verdadero sentido de la filosofía no debe ser infecunda, sino colaboradora, de un sentido vivencial nostral.
En atención a la metafísica contemporánea, se distinguen dos acontecimientos muy significativos, la revolución industrial y dos guerras mundiales, período convulsionado de adelantos y fracasos del hombre, quien en su pensar se señorea por el mundo con precaria humildad ante lo desconocido y un devenir sujeto a la diosa razón desde lo cual pretende dominar todo; pero, la realidad, ahora multiversa y multireferencial, se le presenta contradictoria a su pensamiento. En la contemporaneidad se da un giro deconstructivo a la ontología tradicional, ubica al sujeto humano en una centralidad desde la reflexión metafísica. En esta era, surgen grandes pensadores, autores de significantes metarelatos que abordan la filosofía y una reflexión profunda sobre el ser, entre ellos Nietzche, Heidegger y otros.
Es así como, Nietzche (citado por López, 2013), presenta una postura sobre el ser, argumentando que Platón es quien inicia la metafísica, con la teoría de las ideas, al destacar un mundo más allá de los sentidos. Por su parte, Heidegger (1929) plantea el final de la metafísica y su notable olvido del ser, como ser existente con otros, es un pensador del ser que advierte la importancia de formular de nuevo la pregunta por su sentido. Advierte sobre la primacía objetivo-científica de su época, por lo cual lo ubica como el centro de la metafísica. Así, este autor citado por Stein (2010) expresa que “Toda ontología… es en el fondo ciega y contraria a su finalidad más propia si no ha aclarado primero suficientemente el sentido del ser y no ha comprendido esta aclaración como su tarea fundamental” (p. 28), afirma, asimismo, que no se ha encontrado una solución satisfactoria a esa inquietud, pues ella no se ha planteado adecuadamente.
Según Heidegger, citado por Stein (2010), los intentos de abordar respuestas a esta interrogante no han sido suficientes, ni por parte de Platón ni de Aristóteles, pues “no alcanzaron sus objetivos porque, para la ontología antigua, el ser era el estar-ahí, que no es sino una determinada manera de ser” (p. 28), luego, para obtener una respuesta, el autor sostiene que se debe preguntar al ente a cuyo ser pertenece la interrogante por el sentido del ser, a este ente que se corresponde con nosotros mismos lo llamó Dasein, con lo cual la ontología fundamental debe buscarse en lo existencial de este y su temporeidad como razón de sentido del ser de este ente denominado Dasein. Así, el ser de este es singular, es de sí, se comporta respecto a sí mismo, su ser o existencia es su esencia.
Al respecto, Heidegger, citado por Stein (2010), plantea que el Dasein “no es un qué, sino un quien” (p. 29), no es lo que está-ahí, en sentido cosificado, es la esencia de sí, se contempla como es cotidianamente, es decir, está-en-el-mundo, lo cual no es una región determinada del ente, referida a la espacialidad sino a la existencialidad. Luego, este quien no es una sustancia presente sino una existencia, al que pertenece una coexistencia, un coestar con otros entes que también tienen la constitución de Dasein, no se trata de hallar sujetos en ese estar-ahí sino de estar con ellos, en convivencia, sobre lo cual considero podemos retornar al yo nostral mencionado al inicio de este introductorio y sintético relato; así, según Stein (2010) el sujeto del Dasein es “cotidiano en general, no es su sí mismo sino un Uno: no es la suma de sujetos ni tampoco un género o especie, sino -al igual que el sí mismo auténtico que el uno encubre- un existencial esencial” (p. 31), es una existencia de sentido compartido.
Heidegger (1929) regresa la metafísica a la búsqueda del sentido del ser, asimismo Stein (2010) reitera que “la cuestión fundamental de una fundamentación de la metafísica sigue siendo la pregunta por el sentido del ser” (p. 82), luego la comprensión humana del sentido del ser es significativa al valorar el rol que desempeñará la finitud del hombre en esta fundamentación, considerando que este comprender va atado al sentido que le es accesible.
Es de significar, que la filosofía contemporánea se ha preguntado por el ser, pero considero que ha fracasado en la esencia de la naturaleza del filosofar, en buscar razones para mejores existencias, comprensiones atadas al ser como sujeto único, cotidiano, que convive con otros, cuya existencia se hace respectiva, solidaria, fraterna. Quizás, la filosofía no ha dado cuenta de una existencia mejor, pero estimo su importancia al mantener espacios reflexivos y críticos para el pensar y dialogar, respondiendo a la cientificidad con operaciones desde un yo que se muestre a sí mismo vivenciando un ser en el mundo, arrojado en existencialidad plena, en una condición humana vivible desde la solidaridad y la pertenencia a una esfera no posicional geográfica sino de esencia existencial, quizás así el filósofo recobre su poder conductor y la enseñanza de un sentido crítico desde la dialéctica del pensar sobre su mundo en la diversidad y la verdad compartida, para fundar espacios de socialización gratos, hospitalarios, donde el sujeto sea el centro de su quehacer.
En atención al pensamiento del sujeto acerca de su mundo, en un sentido dialéctico, concuerdo con Zemelman (2005) al destacarla significativa, a veces obviada, centralidad del sujeto en el conocimiento que construye, la importancia de ese pensamiento en cuanto a la relación que establece con referentes históricos, contextuales y teóricos en el ámbito del accionar, su disposición volitiva y valorativa. Considero, que en ello el lenguaje participa de manera fundamental, su complejización puede conducir a la generación de categorías y relacionantes del sujeto con el conocimiento, en lo que debemos alertar sobre la denotativa costumbre de formular explicaciones teóricas fundadas en determinaciones históricas, teóricas y sociales, por lo que se requiere comprometer en el sujeto toda su potencialidad e integralidad, no solo las funciones cognitivas, pues el ámbito emocional-volitivo, afectivo, pasional, participa en la creativa generación del conocimiento, sobre lo cual el sujeto se comprende como un ente activo.
Comprendo, que cuando se introduce el sujeto en un espacio investigativo este acoge el sentido que desarrolla sobre su realidad, la cual cambiará, porque en ella se configura de manera compartida, reconstruyéndola, y la hace resignificarse según las concepciones que la conformen. En este ámbito de sentido, se posibilita que el sujeto se reconozca y comprenda que puede desarrollarse en él, desde su intrínseca significación de lo real y deseo constructivo, e incluso transformarse y transformar su realidad, porque participa en su elaboración, valorando que mediante ello se puede vislumbrar la construcción del conocimiento. De acuerdo al autor “el conocimiento de las determinaciones, que constituyen los contenidos, aparece estrechamente vinculado con la dimensión volitiva de los sujetos en la medida en que hacen parte del sentido que tiene la realidad para los sujetos” (p. 11), sobre lo cual estimo el valor del sentido que tiene la realidad para estos, sobre la que establece la voluntad de conocer.
La centralidad del sujeto requiere estar asociada a los dinamismos de la realidad social, su naturaleza, porque no está inmerso en una serie de eventos sin sentido, sino que es un espacio constituido por las prácticas y vivencias de los diversos individuos que convergen convivialmente en ella, aun en sus diferentes conformaciones espaciales y temporales, para abordar y develar los desafíos contextuales, incorporar la historia al pensamiento, develar ideologías dominantes, la hegemonía teórica y metodológica atrapante. Vislumbrar que el mundo se transforma, y en estos tiempos pandémicos más aceleradamente, posiciona al sujeto en un entendimiento que transita por otros modos de conocer y no en la acumulación de teorías ausentes de las nuevas realidades, para no quedar atrapado en una realidad no vivida, por lo que emerge el deber de transgredir responsablemente lo conocido y cómo se ha construido la teoría desde la cual actuamos, a veces irreflexivamente.
Desde estas consideraciones, convengo con Zemelman (2005) sobre la insuficiencia de explicar los fenómenos sin atender sus posibilidades y potencialidades de transformación en lo real, donde pueda emerger el sujeto con otras maneras de comprender su mundo y actuar sobre él, en un ámbito cuya naturaleza se complejiza por lo inesperado de su relación o articulación con el pasado inmediato, donde el continuo histórico se ve afectado por irrupciones y discontinuidades que quizás el sujeto aún no se atreva a nombrar, reportando un obstáculo epistemológico de sustantividad, porque lo que no tiene nombre no se nombra, se obvia y hasta olvida.
De allí la importancia de generar un pensamiento libre de contenido, como el pensar epistémico, según lo plantea el autor citado, en tanto alude al sentido de la realidad que no tiene una significación clara o inequívoca “… a la que se pueda abordar sencillamente construyendo teorías” (p. 63), al referir el desfase entre los cuerpos teóricos y la realidad social, por lo que se estima una continua resignificación, como tarea de sentido en las ciencias sociales y los procesos investigativos que en ella se desarrollen, al atender específicamente las brechas que puedan producirse entre teoría y realidad.
Este desfase puede ocurrir porque el ritmo o movimiento de lo real poco atiende elaboraciones conceptuales, las cuales se construyen más lentamente que los cambios ocurridos en lo externo del sujeto, lo cual podría traer como consecuencia que el conocimiento elaborado poco se signifique en su verdad en el tiempo de su construcción, acarreando que el científico social inadvierta la filosofía de la ciencia. Según Zemelman (2005), pensar sobre realidades ya inexistentes, puede ocasionar la construcción del conocimiento sobre marcos que no le son convergentes a lo que requiere conocer, “ no responden a conceptos que estén reflejando la realidad que llamamos histórica, sino que son conceptos acuñados en otros contextos y que muchas veces la academia los repite sin revisar debidamente si están dando cuenta de realidades concretas” (p. 64), lo cual no está resoluto en la construcción de nuevas teorías porque siempre se presentará el riesgo de conformar brechas disconformes de la realidad.
El problema se asume desde las teorías, por lo cual su resignificación es pertinente en atención a las emergencias de la realidad social histórica, acaso emergentes, sorpresivas, lo cual según el autor se resuelve en el pensamiento, pero no en el pensamiento teórico, donde se anidan las teorías, sino en otra forma de pensar que el autor denomina pensar epistémico, el cual es “un pensamiento que se entiende como una postura, como la actitud que cada persona es capaz de construirse a sí misma frente a las circunstancias que quiere conocer” (p. 65), partiendo de la duda que antecede al discurso teórico e interrogándonos sobre nuestra postura frente a lo que deseamos conocer.
En este sentido, corresponde distinguir entre un pensamiento teórico y uno epistémico, para comprender y actuar sobre la realidad conforme a nuestra elección en el posicionamiento frente a ella. Por lo que considero plantear esta distinción, apoyada en este autor, a fin que el lector tome decisiones e indague en torno a ello. El pensamiento teórico propone relaciones de externalidad con la realidad, tiene un contenido organizado permanentemente, con lo cual el discurso que emana de él es predicativo, hace afirmaciones sobre la realidad. El pensamiento epistémico está libre de contenido y en términos de Popper (citado por Zemelman, 2005), “la centralidad del pensamiento epistémico es la pregunta, no es el predicado, no es la atribución de propiedades” (p. 66), permitiendo que este pensamiento se sitúe frente a las circunstancias de lo real.
Es así como, el colocarse ante las circunstancias toma valor en el sentido que se trata de establecer una relación respecto al conocimiento que advierte sobre quedar atrapada en los atributos, de consideración teórica, y proclama evitar colocar nombres viejos a las cosas nuevas o porque no tienen nombre no nombrarlas, según plantea Bachelard (1971), configurando un tránsito en el que de acuerdo a Zemelman (2005) se ubica el pensamiento epistémico, desde el cual, frente a la realidad procede a problematizarla, en ámbitos posibles de teorizar, funcionando sin un cuerpo teórico determinístico. A medida que percibamos los conceptos y discursos de las ciencias sociales como lógicos, coherentes y persuasivos nos anidamos en él y será difícil reconocer que quizás no estamos pensando la realidad histórica en su concretud, sino una realidad ajena al sujeto investigador.
Por otra parte, el rigor metodológico y las técnicas pueden convertirse en un engaño para este pensamiento, al no permitir desde su rigurosidad reconocer, a fin de resignificar, las emergentes realidades sociales e históricas. Por lo que se requiere identificar sus lógicas para evitar estudiar realidades que las técnicas no permiten analizar. A su vez, surge el tema de las categorías, que a diferencia de los conceptos pueden mantener varios contenidos, como posibilidades constructivas de diversas significaciones que no conllevan unicidad conceptual, como por ejemplo el concepto de poder, lo que quiere alertar sobre las múltiples posibilidades de teorización, con pluralidad posible de contenido, constituyendo un momento preteórico en una configuración relacional con lo real.
Luego, al construir un enunciado teórico coherente, lógico, permeado por referentes bibliográficos hay que revisar nuestra relación o distanciamiento de la realidad, para construir lo que se llama un problema, como misión del pensamiento epistémico, problematizar la realidad cuando se coloca ante sus circunstancias, en lo que demuestra esa capacidad de construir una problemática, el cual no debe disponer de contenidos preestablecidos pues pudiese distanciarse de la realidad, para no investigar el nombre sino aquello que se nombra, en lo que concuerdo con Zemelman al tratarse de “construir el conocimiento de aquello que no se conoce, no de aquello que se conoce” (p. 71), como fundamento del pensamiento epistémico, en lo que muestra la capacidad del investigador de problematizar la realidad, lo cual es una realización de considerable dificultad para el sujeto desde el pensamiento teórico.
En el proceso constitutivo del conocimiento, el sujeto se enfrenta a la incertidumbre delo real, por lo cual requiere repensar otras lógicas generativas que aborden la integralidad de sí con esa realidad, porque el devenir fragmentado heredado de la modernidad da cuenta de la separación y desunión de lo que debe estar articulado, comportándose como una invitación a la búsqueda incesante de otras formas de abordar la configuración del conocimiento, a fin de comprender la realidad desde su naturaleza compleja, caótica e incierta y lo inacabado de su construcción.
Sobre todo, en estos momentos que la sociedad terrenal enfrenta una pandemia que la deslocaliza de su mundo y sentido social, por un distanciamiento obligante que afecta la esfera psíquica del sujeto en el aislamiento, al separarse de ese otro que otorga sentido a la propia existencia; a su vez en lo económico, ya que el mundo será diferente en la era postpandemia y el ser se enfrentará a otras formas emergentes de existencia, donde el encontrarse con su realidad será diferente, para ello requiere resignificar el sentido de su existencia, su relación con la naturaleza y la valoración del trabajo.
Es de estimar, que la naturaleza no ha defraudado al hombre, como lo ha hecho el paradigma de la modernidad al incumplir las promesas de felicidad, paz y progreso, lo que implica resignificarlos modos de conocer esas realidades desde un episteme comprometido con toda existencia y su relación con el medio que cobija la vida, en un sentido humanizante del ser y su respectividad nostral de proposiciones compartidas, porque el ser ahí en el mundo se realiza con el acompañamiento de ese otro que se reconoce en su propia existencia, lo que permite reflexionar acerca del sentido de la filosofía, para que desde la ciencia no se censure su detención o estancamiento ante los cambios científicos y societales y una epistemología como se mencionó al inicio de este artículo, que pudiera ser insuficiente ante la dinámica de lo real.
Por ello, la necesidad de trascender hacia paradigmas integradores, complejos, que consideren el sentido ético y estético de la vida, la ética de la convivencia solidaria y ese estar con otros comprometidos en recrear y resignificar mundos mejores desde el acontecer filosófico, científico y epistémico, porque valorar un conocimiento sin la pertinencia contextual y social, su ámbito valorativo, es aislarlo de su propia emergencia, lo que requiere pensar desde los principios articuladores de un pensamiento complejo que dé cuenta de otras realizaciones teóricas más cercanas a la verdad de lo real, un pensamiento epistémico que vaya con la vida, desde el sentido transdisciplinario forjador de esencias integradores, relacionales, dialógicas y recursivas, para afirmar que la filosofía de la ciencia del científico atiende los órdenes naturales y sociales en su resignificación de lo real.
Considerar el espacio investigativo un ámbito reordenador, de unidad, sinergia y relación, una esfera con cualidad alternativa que permita complementar desde lo antagónico para crear y recrear desde la riqueza de todo lo que ofrece el fenómeno y el contexto de donde emerge, se constituye en un viaje a lo desconocido, de oportunidades en la construcción del conocimiento, desde lo cual el investigador reflexiona sobre su relación con el fenómeno, en un ámbito de imbricación mutua, donde lo relacional se sobrepone a lo individual y desunido, para conformar un conocimiento que dé cuenta de un mundo donde todos participan activamente en la resignificación continua sobre una realidad que requiere reordenamientos dada su naturaleza caótica.
Así mismo, se estima conformar la mirada y accionar del sujeto direccionado a reordenarla realidad para sí, en un entramado de pensamiento complejizante de sentido ecológico, porque este planeta acoge la vida; por ello, pensar y actuar desde epistemes, formas de conocer, paradigmas que ignoren el valor y sentido de la existencia humana requiere ser deconstruido, pues según Meza y Schavino (2015) la naturaleza se autorregula, generando situaciones de reacomodo mediante procesos evolutivos que invitan al ser humano a participar en una permanente transformación en consonancia con las desarrolladas por ella.
Desde esta perspectiva, comprendo lo expresado por estas autoras “… la naturaleza por su parte, brinda cada vez más oportunidades para la resignificación humana en sus constantes reordenamientos” (p. 69), luego repensar creativamente epistemes, economías emergentes, otras formas de conocer, en atención a lo que acoge la existencia humana es tarea de todo investigador, lo que permite considerar que el acto de conocer es un proceso volitivo, emocional, sinérgico, constructivo, movilizador de las estructuras de pensamiento en atención a generar nuevas y alternativas maneras de pensar la ciencia, la realidad y la epistemología que legitima el conocimiento que construye, porque el mundo tal como lo conocemos cambiará en todos sus ámbitos y el sujeto debe estar preparado para conocer desde esas nuevas realidades postpandémicas, como un todo sistémico orgánico integrador, revelador de una incertidumbre que proclama otras significaciones paradigmáticas en el acto del conocimiento.
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